domingo, 6 de octubre de 2019

Invisibles dedos





Los reflejos dorados
de la luz de la tarde
a ratos nos confunden y no nos dejan ver
lo que bajo el espléndido espejismo
crepuscular se esconde.

Cómo a nuestras espaldas,
acechante y letal , la sombra crece.

Es esta una estación de la perplejidad
y del desasosiego.

Esa en la que por fin
contemplas con los ojos como platos
el mundo alrededor,
descubriéndolo ajeno, tan triste,
tan distante
de aquello que una vez
pensaste que sería.

Y no tienes a quién echar la culpa
de su esterilidad
sino a ti, por no ver
las mil y una señales que la vida
te puso en el camino.

Veredas que discurren
bajo cielos de amianto,
empedradas de verbos que golpean
igual que pedernales ,
riberas donde duermen
bajo un tapiz de pétalos marchitos
las sonrisas forzadas
y los besos de nadie.

Ahora ya no es tiempo
de pedirle al paisaje demasiados milagros .

Ahora lo que toca
es disfrutar apasionadamente
el último espectáculo de ese Sol que agoniza .

Y hasta fingir que a ti
heredero forzoso de la estirpe del barro,
nacido sin futuro,
la impostada tragedia repetida
de su estertor dramático y sus resurrecciones
todavía te impacta y te conmueve.

Y acaso abandonarte
a degustar despacio el placer agridulce
del roce voluptuoso que en el alma despiertan
los invisibles dedos de la melancolía