Cada vez se vislumbra más precisa
- y más amenazante -
la línea que define el horizonte.
Y bajo el foco de la luz difusa
de los días menguantes, es difícil saber
si amanece o se acerca
de puntillas la noche.
Pero intuyes
que si llega el crepúsculo, será para quedarse.
Lo demás, todo es
laberinto de dudas.
Hay que seguir vagando mientras quede un aliento,
rumiando el amargor que nos produce
la única certeza
de que la senda, aunque nunca lleve
hacia ninguna parte,
siempre acaba.
Con suerte, sus orillas
a ratos ameniza un rastro de emociones
invisible a los ojos.
Limaduras de amor
que la vida nos va descortezando
del corazón,
sangrante
y apasionadamente.
Solo eso
y un halo
de tristeza infinita
es lo que quedará cuando se apague
en el aire el rumor de nuestros pasos.