Nadie nos advirtió cuando nacimos
de este sino infausto de almas navegantes.
Condenadas a ir vagando eternamente
en busca de una playa con ocasos de ensueño
poblados de gaviotas
y a la que la fortuna traiga con la marea
alguna otra alma solitaria.
Lo malo no es vivir
de naufragio en naufragio
y llevando los restos de la sal
aguándonos los ojos.
Lo triste es encontrarnos - por enésima vez-
varados en la arena y descubrir
que nuevamente estamos
lo mismo que el principio
Solos,
siempre,
mirando,
con la pupila ingenua,
hacia la otra orilla.