A veces
tengo ganas de gritar,
de
pedirle su voz prestada al trueno
y
preguntar:
¿ POR
QUÉ?
¿Qué
culpa cometí que mereciera
semejante
castigo?
Trece
golpes infames
que
quebrantan un cuerpo y que persiguen
doblegar
un espíritu.
Pero yo
siempre fui
de las
que no se dejan someter
por
razones de fuerza.
Opongo
resiliencia fieramente
y me
avengo a pagar el peaje que impone
estar
hecha de carne sensitiva
y de
alma sensible.
Sé que
duele vivir.
Y que
aún duele más
no
hacerlo y limitarse
a ser
sobreviviente.
Hay que
asumir el riesgo de lanzarse
a
apurar hasta el fondo el cáliz agridulce
que,
por norma, nos brinda la existencia.
Total,
si hay que morirse,
lo
mismo da el hacerlo sin tener
ni un
solo hueso sano.
Que se
joda la muerte si no obtiene
de mi
un lindo esqueleto....
Y que
no haya nadie
que
pueda con razón contarle al mundo
que me
ha visto rendida ante el rigor
de esos
trece desalmados golpes
Ni ante
mil trescientos.
Mi
victoria
consistió
en ignorarlos
y
comprobar al fin
que el sañudo dolor, cuando tu arcilla
humildemente se reintegra al polvo,
por mucho que se empeñe
no
alcanza a ser eterno.