Sé que
debo intentar
mantenerme
despierta,
que si
cierro los ojos acudirá la noche
a
invadirme por dentro.
Y con
ella su recua
de
fantasmas añosos, que se van esfumando
como
hilachas de bruma,
de
presagios que siempre aparecen pintados
con los
tintes más negros,
de
destellos de Luna en su cuarto menguante,
de
rumores que sangran ,sorda y constantemente,
duda y
desolación.
Sé que
las madrugadas
las
carga siempre el diablo.
Sé que
debo aferrarme,
como
una desahuciada del favor del futuro,
a
cualquier sueño antiguo que pueda aún soñarse
sin
entornar los párpados,
y
guarde todavía ,
tersa
como el vestido de raso de una novia,
su
pizca de ilusión.
Pero
allá donde pongo la vista esperanzada
solo
encuentro despojos, que son vivo relato
de
pasadas catástrofes.
No hay
ni un agujero
en que
pueda esconderme ,arropada en quietud,
a
rumiar mis temores.
Como
una maldición
la
lucidez me sigue,
sin
pretenderlo ostenta
unas
feroces uñas afiladas.
Solo
queda enfrentarse
al
zarpazo letal de sus revelciones
con la
emoción desnuda.
Y rogar
que no duela demasiado
la
herida inevitable que le infringe
al alma
la verdad con su fiereza.