De que
la sangre,
exhausta
hasta la arritmia
por las
austeridades del invierno,
se
entregue nuevamente al jubiloso
manar
emocional de la cadencia,
nadie
es el responsable.
Si
Abril no fuese Abril,
si no
tuviera
ese
afán de enredarnos,
si no
trajese
esas
suaves fragancias revoltosas
ocultas
en los pliegues de la brisa
y esa
acumulación de efervescencias
pululando
en el aire,
acaso
lograría perdonarlo.
El
corazón ya carga en su macuto
suficientes
batallas,
y sabe
que se debe
a la
asunción del riesgo de por vida
y a ir
contando edades por derrotas.
Pero
esa voluntad de confundir
la poca
sensatez, sabia y escéptica ,
que aún
le quedaba en su latido
a
base de obstinarse en retratar
un
mundo macilento
a
través de sus vidrios de colores,
en
pregonar lo onírico
como lo
primordial
es toda
un golpe bajo intolerable.
Si
Abril no fuese Abril,
si no
tramara
la
confabulación de lo inasible
contra
nuestros sentidos,
acaso
no anduviese yo maltrecha,
maldiciendo
su nombre
y
exudando a destajo borbotones de lírica
por los
cuatro costados.
En los
brotes más tiernos de la hiedra
en
verderón de siempre se columpia
mientras
que me regala su arpegio diminuto,
delicado
y feliz,
y me
devuelve
al
tiempo que tenía, sin saber bien por qué,
el
impulso inocente de imitarlo.
Si
Abril no fuese Abril,
acaso
él no volviese.
Si
Abril no fuese Abril,
pérfido Abril,
embaucador Abril... mágico Abril...
sin duda alguna habría
que inventarlo.