martes, 31 de diciembre de 2019

Conjurando al 2020


Cuántas veces resonó
en mi existencia longeva
Año nuevo, vida nueva”
Pues que más quisiera yo...
La madre que me parió
en este preciso día
ni figurarse podía
que con su capricho extraño
me haría empezar el año
con tanta melancolía.

Tras el rito de tomar
doce uvas, grano a grano,
siento mi fin más cercano
y es cuando empiezo a llorar.
Es que toca apechugar
con la verdad que atormenta:
no hay vuelta atrás en la cuenta,
el tiempo es un gran verdugo,
yo, como pasa me arrugo,
no hay otra al cumplir setenta...

Pero no quiero cansar
a la peña con mi cuita,
porque nadie necesita
monsergas para penar.
Así que , mejor brindar
por el nuevo año bisoño:
Si bajo el brazo el retoño
trajese el furor de Dios,
que al menos decirle adiós
podamos todos , ! qué coño!!!”

domingo, 29 de diciembre de 2019

Lidiando con palabras


No existen las palabras imposibles
como tampoco hay otras correosas
¿ Por qué echar al corral las más hermosas
bajo divisas más que discutibles?

El poeta posee numerosas
maneras de lidiarlas, infalibles,
aunque cueste sudores indecibles
que no parezcan muy artificiosas.

Porque al final es solo una catáfora
destinada al fracaso el anticipo
de la rima intratable de metáfora.

Y si el reto termina en descalabro,
pues ajo y agua, se mantiene el tipo,
ya triunfará en el próximo palabro.

Sin desdoro



Escribir un soneto, bien merece
que le pongas dos velas a esa musa
que, aunque lleva tu nombre, no obedece
y acudir cuando llamas se rehúsa.

Cántale esa canción que la engatusa,
llórale, por si así se compadece...
Es que nadie nació con ciencia infusa
y su soplo al oído se agradece.

Y si no te hace caso, pues se prueba,
con tal de terminarlo con decoro,
a ofrecer misas negras al infierno.

Por un soneto ardido, que conmueva,
se vende el alma, no hay ningún desdoro
en aspirar a conquistar lo eterno .




La caja de los truenos



En silencio,
nutridas por los lodos resabiados
que pueblan los abismos,
se gestan las tormentas.

Mansamente mastican
agravios, amarguras, frustraciones ,
retahílas de rabias seculares ,
que con mimo receban
la caja de sus truenos,
y aguardan,
pacientemente aguardan una excusa,
para darse a la luz.

No hay agua suficiente,
ni cauces amazónicos
que puedan contenerla
ni son cuenco bastante los océanos
para acoger diluvios
de penas que no encuentran otro alivio
más que llorarse a mares.

Habrá que disponerse a batallar
con los desbordamientos
y a pagar el peaje que les toca
a los que sobreviven.

A sentir en los ojos la tortura
de la arena de todos los desiertos.

A vivir con el alma
cada vez más reseca.

Y pidiendo a los cielos que la ahogue
en las aguas letárgicas y oscuras
del pozo más profundo del infierno
de una vez por todas el próximo aluvión.