En
silencio,
nutridas
por los lodos resabiados
que
pueblan los abismos,
se
gestan las tormentas.
Mansamente
mastican
agravios,
amarguras, frustraciones ,
retahílas
de rabias seculares ,
que
con mimo receban
la
caja de sus truenos,
y
aguardan,
pacientemente
aguardan una excusa,
para
darse a la luz.
No hay
agua suficiente,
ni
cauces amazónicos
que
puedan contenerla
ni son
cuenco bastante los océanos
para
acoger diluvios
de
penas que no encuentran otro alivio
más
que llorarse a mares.
Habrá
que disponerse a batallar
con los
desbordamientos
y a
pagar el peaje que les toca
a los
que sobreviven.
A
sentir en los ojos la tortura
de la
arena de todos los desiertos.
A
vivir con el alma
cada
vez más reseca.
Y
pidiendo a los cielos que la ahogue
en las
aguas letárgicas y oscuras
del
pozo más profundo del infierno
de una
vez por todas el próximo aluvión.
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