domingo, 8 de septiembre de 2024

Algún oído atento


 

Yo, simplemente, digo.


Sencillamente, digo la que siento.


No necesito signos cabalísticos

que transcriban las iras del relámpago,

la danza de la lluvia,

o la inquietud del viento

y precisen intérpretes.


Me basta con dejar

al corazón latir

y que mi lengua capte

su música sincera,

su cantar,

su llanto...


Y a veces sus silencios.


Es Guadiana mi voz,

y se sumerge en su ensimismamiento,

si conviene...


Porque, por más que soy de las que dicen,

y suelo irme contando, verso a verso,

en palabras precisas,

puedo callar un lustro,

-o cinco si hace falta-


¿ Para que malgastarse, si hoy prosperan

los dialectos tribales,

la confusión, el ruido, el estrépito

y nadie va a escuchar?


Ya encontraré otro siglo

-u otra vida-

algún oído atento.

Ambición


 

Conmueve el patetismo

y la grandiosidad

del empeño.


Todo

es mirar por el ojo diminuto

de una cerradura,

sin conocer

la inmensidad del campo,

sin que te quepa duda de que nunca

has de tener la llave de la puerta...


Pobres monos ingenuos,

porque un día,

os pusisteis en pie

cultiváis ferozmente la ambición

de conquistar el cielo


¿ Para qué

necesitáis vosotros

tan vasta posesión?


¿Para poner en ella una bandera

que os otorgue el derecho a sumir en el caos,

pervertir,

maltratar,

corromper,

destruir,

dilapidar?


No hay que ver

nada más que aquello que, por norma,

habéis venido haciendo con la Tierra.


Menos mal

que apenas si podéis aspirar

a contemplar de noche,

de lejos,

suspirando,

las estrellas.

Oda postrera


Hoy quisiera escribir

una oda postrera a la alegría.


Una oda nacida en lo profundo

del ser,

dónde se guardan

los secretos más íntimos,

los recuerdos más ácidos,

los amores más dulces y sinceros.


Una oda de aquellas que parece

que fueran inspiradas

por la radiante luz del Sol de mediodía,

de esas que despiertan

nuestro impulso vital y hacen que acelere

su ritmo el corazón.


Una oda que hable

de aquel tiempo en el que todavía

no existían señales de debacles futuras,

y el mundo era aún

un lugar habitable y amistoso,

en que mi espacio olía

a tibieza y canela.


Una oda que sea testimonio

de que la vida es una inmensa aventura,

la sorpresa perenne

que se va desvelando día a día

y que, a pesar de todos los pesares

que a veces nos obsequia,

merece ser vivida con pasión

y celebrada jubilosamente

por todos esos mínimos momentos,

perfectos y gozosos,

que, también por sorpresa, a ratos nos regala.


Una oda que cante

por mí,

que ya no tengo

fuerza en la voz,

-y aun sabiendo que soy flor del instante,

de pétalo en precario-

el agradecimiento de existir,

- espíritu animoso, sometido

a una carne lábil-

así, adolorida,

vulnerable,

feliz,

emocionada.


Una oda radiante,

que me preste

algo de su esplendor, en esta hora

de penumbra creciente, en la que solo

florecen los silencios y medran  las tristezas.