Yo, simplemente, digo.
Sencillamente, digo la que siento.
No necesito signos cabalísticos
que transcriban las iras del relámpago,
la danza de la lluvia,
o la inquietud del viento
y precisen intérpretes.
Me basta con dejar
al corazón latir
y que mi lengua capte
su música sincera,
su cantar,
su llanto...
Y a veces sus silencios.
Es Guadiana mi voz,
y se sumerge en su ensimismamiento,
si conviene...
Porque, por más que soy de las que dicen,
y suelo irme contando, verso a verso,
en palabras precisas,
puedo callar un lustro,
-o cinco si hace falta-
¿ Para que malgastarse, si hoy prosperan
los dialectos tribales,
la confusión, el ruido, el estrépito
y nadie va a escuchar?
Ya encontraré otro siglo
-u otra vida-
algún oído atento.