Quisiera suponer que, a su manera,
también ellos la aman.
Pero sin duda es un modo extraño
de amar,
puedo admitir
que andar prostituyéndola, poniéndola al servicio
de las causas prosaicas
y haciendo que su lengua
se retuerza, se trabe y se desdiga
de su naturaleza,
llegue a ser una forma
de conseguir un goce apetecible
para algunos espíritus.
Pero no permitirle que luzca en su esplendor
y aflore su hermosura
y que dance,
al ritmo que le marca
su propio corazón, arrebatado,
cuando siente la música secreta
de la brisa o la lluvia,
resulta de un sadismo innecesario.
Yo la prefiero pura
y liberada
de cualquier servidumbre que no sea
la de ser portavoz de los sentires
más íntimos y auténticos
a base de aprestarse a sublimarlos
con una cobertura de belleza
que hace cualquier drama
o cualquier esperpento digerible.
Podéis llamarme loca
o cursi
o anticuada,
yo siempre he pretendido definirme
mujer sin adjetivos,
que hace fundamento de sus nombres.
He llegado hasta aquí
sin retractarme
y hoy por hoy,
le pese a quien le pese,
quisiera hacerle honor al de poeta.