La
rutina
de los días iguales
y las horas que pasan desgranando un rosario
de segundos idénticos,
-una gota malaya
sobre nuestras cabezas,
que va desmoronándonos-,
acaba por volverse insoportable.
Hubo momentos
en los que suplicar diluvios inclementes
con tal de liberarme de los nudos
que me martirizaban la garganta
hubiese sido algo razonable.
Solo acudió en mi auxilio
el consuelo sedante de las lágrimas.
Hoy se han secado ya sus manantiales.
De nada serviría
gritar
y malograrse
la voz
en un intento
de denunciar el daño
que la vida, en su curso, nos infiere
No es su culpa,
solo es nuestra condena.
Y el mundo es un lugar
habitado por sordos,
que apenas ya si escuchan su corazón doliente.
Ser pasivo- agresiva
y envolverme en silencio
es el último
- e inútil-
intento de enrocarme.
Y un triste modo
de proclamar así mi rebelión,
patética y tardía.