No culpes al destino,
no hay estrellas maléficas, capaces
de decidir tu suerte.
Te bastas y te sobras
para trazar la ruta cardinal
en que habrás de perderte
y para ir sembrando de espinas los senderos
por los que a diario arrastras
tus pies desorientados.
Perseguir la entelequia
del abrazo amigable
y hacer de una sonrisa el fulgor de tu Norte
ya es suficiente estigma.
Es esperar...
Es esperar,
amor,
más que otra cosa,
un milagro que llegue a encaminarnos
por rumbos placenteros.
Es esperar,
el vicio
de mantener en vilo y expectante
la tenue llama azul de la ilusión,
lo que nos martiriza y nos señala
la epidermis del alma con tantos cardenales
y nos hace vivir
tan desesperanzados.
La fe,
ese porfiado combustible,
no dura para siempre.
Mi corazón, que convertí en la hoguera
cada noche sin Luna,
ya no tiene más fuego
ni más fervor que dar,
y sin latido
agonizan sus brasas.
Pero pudiera ser...
Pudiera ser que aún,
si lo animase un soplo inspirador,
se recordase anhelo a la conquista
de no importa qué puntos cardinales.
Y que aun siendo ceniza consiguiera
recuperar el ímpetu del vuelo.