Echo en falta sentir
el arrullo del mar.
Y el suspiro incendiado de jazmines
que las noches de estío nos regalan.
Y poco más.
La luz,
fatuo esplendor corpuscular que tiembla,
me lastima los ojos y perturba mi espíritu.
¿Qué es real y qué
es fruto de mi mente?
Siento con claridad
que mi vela se apaga.
Cuando se acabe el pábilo,
¿qué aluvión de sorpresas,
tapizadas de pétalos o espinas,
hambrientas y acechantes nos aguardan?
Renuncio a mi derecho cuestionable
a ir de sobresalto en sobresalto
por conquistar el mundo de lo oscuro,
al que, al igual de todos,
he sido condenada
Solo quiero pedir un último deseo:
Que al traspasar el límite
allá, del otro lado,
ojalá solo exista el Reino venturoso,
sosegado,
y perfecto
de la nada.