sábado, 19 de junio de 2021

Aura roja


 

Se está tan bien así, ensimismada

en un mundo tan íntimo y tan tuyo,

construyendo en silencio este capullo

de seda en que me siento acorazada.


Puedo escuchar en él la casi alada

melodía interior y hacer su arrullo

la válvula de escape con que huyo

del miedo que me tiene atenazada.


No sé si habrá un camino de regreso

hacia una realidad, que se me antoja

a diario hostilidad omnipresente.


Y ¿qué puede importarme ahora eso...?,

Tiempo habrá de angustiarme con la roja,

aura de luz  sangrante del Poniente.

Regalos nos da la vida (Reconciliaciones)


 

Oler la flor. Diseccionar su aroma

hasta desentrañar qué confidencia

le quiere hacer al éter cada esencia

que escapa de su mínima redoma.


Oír la brisa. Descifrar su idioma,

captando qué matiz de trascendencia

capaz de hacer tan suave la existencia,

guarda en su melodía policroma


Respirar. Empaparse lentamente

del aire, hasta sentir que nos recala

una paz infinita íntimamente.


Reconciliarse, al fin, agradecida

por cada nimio don que te regala,

con este enigma que llamamos vida.

El lastre de los ojos


 

Cómo escuece la ausencia

que llevamos oculta tras los párpados.


Es una silenciosa tempestad

dispuesta a desbordarse.


Si pudiéramos

quitarnos a puñados de los ojos

su pegajoso lastre , sin herirnos,

igual que nos quitamos las legañas...


Encontrar la manera de dejar de sentir

el modo en que su peso nos anubla

los días más radiantes,


Acaso así lográramos

mirar hacia el futuro

sin ninguna hipoteca en la mirada.


Ya solo quedaría deshacernos

de esa sensación de desamparo

y de fragilidad,

que congela el aliento

y entorpece los pasos del latido.


Y de tantas imágenes

de unos tiempos pasados , más felices,

que sabemos que ya no volverán...


Que al llegar la estación de las renuncias

son para un corazón desheredado,

aun siendo exiguo,

el único consuelo.


Pátina de oropel en la memoria,

de tacto quebradizo.


La Mensajera de la Lluvia.



Yo,

triste ser miserable

fabricado con polvo,

cuyo rutina diaria es patear sin rumbo

sobre el polvo de todos los caminos,

no me puedo quejar si estoy llamada

a ser intrascendencia.


Nací para pasar,

sin detenerme,

llevándome en la piel, apenas insinuados,

los aromas volátiles

de las flores que nunca cogeré,

pues nunca fueron mías,

y en las plantas, tatuados, los recuerdos

ariscos de las zarzas.


Por no quedar,

ni quedarán mis huellas

detrás de mí,

habrán de confundirse

con tantas como yacen sobre el barro.


Pero mi voz,

mi voz, 

que finge ser arpegio 

enamorado del goce de vivir,

mientras que me desnuda  por la boca 

el alma y la desangra,

fluido dolor, vaciándose

en palabras de raso y calentura,

mi voz,

pura emoción,

 sí se merece

un aire que la acoja y la divulgue,

un oído aguzado que la atienda.


Hecha de suavidades,

infatigablemente se derrama

sobre este erial preñado de  asperezas,

como premonición de redenciones

que tienen que llegar.


Ella es mensajera de esa lluvia,

que en mitad del desierto de este mundo,

cualquier sediento espíritu,

-contra todo pronóstico-

con devoción espera.