No
fue en cuarto menguante...
Ni
el inquietante aullido de los perros,
que
huelen las tragedias,
alborotó
las tapias.
La
noche del estrago
llegó
sin avisar.
El
corazón
notó
que congelado quedaba su latido
al
sentir el mordisco pavoroso
del
desamor.
Después,
quién
sabe cómo,
el
hueco
fue
ocupando lugar, ganando espacio
a
expensas de lo vivo y su dolor.
Enorme
vientre inverso,
en
el alma gestante apenas hubo
señales
de aquel mal , que , soterrado,
carcomía su entraña.
Ya
ni siquiera soy un manantial
de
bilis corrosivas.
De
mí hoy solo queda
este
vacío ingente ,este imposible
afán
por vomitarse.
Esta
atroz,
visceral,
abrumadora
y
omnipresente náusea.