Para quien sobrevive confinado
en una habitación, cuya ventana
da a un patio interior, en el que reinan
silencios y penumbras,
qué salida le queda, sino la de entregarse
a los brazos de humo en los que anidan
las sombras de un pasado evanescente.
Todo es gaseoso,
no sé si lo recuerdo
o, simplemente, es
una fabulación de la memoria,
mariposas traslúcidas,
pura indefinición,
flotando sobre el aire.
Y haciéndome volver
hasta la edad dorada en la que aún
me imaginaba libre.
*****
Sé que era
un tiempo en que la vida transcurría
de espalda a los relojes
y en que resultaba muy sencillo
deslizarse despacio
sobre la superficie de las cosas
e integrarse y sentir
el latido del mundo.
Y también, piel a piel,
el latido del otro.
Sobraban las palabras
porque había otro idioma,
el del amor,
que existe
para gritarse desde cualquier gesto.
Y había otros paisajes
los que nacen a golpe de ilusión
y se empeñan
en inventar los ojos.
*****
Quién pudiera otra vez
tumbarse, como entonces, sobre el césped
y olvidarse de todo
absorto,
contemplando
el trasiego incesante
en que ocupan su tiempo las hormigas.
Y esperando la lluvia,
algún diluvio
que te ayude a fundir
tu ser, agotamiento y polvo, con el barro.
Pero no te te entusiasmes,
no está contemplado en tu adeene
el lujo de rendirte.
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Siempre hay un futuro,
reclamando
que hipoteques tu fe
y pagues con sudores y sollozos.
Incluso, si la suerte te acompaña,
a veces trae días que discurren
bajo un celaje libre de tormentas.
Instalados
de nuevo en ese piélago
de calma y placidez,
pudiera ser que apenas ya si aflija
vivir y conocerse prescindible
materia obsolescente.
Si mirando a lo lejos se vislumbra,
esperando pacientes por nosotros,
un hoyo
y unas cuantas
hambrientas y expectantes semillas de artemisas.
Y hasta sueñes
que no habrán de servir tus versos ni tus flores
de alimento a los cuervos.