Cada día es igual,
el mismo esfuerzo ingente
de tener que intentar abrir los ojos
a un mundo que aún sigue
girando, como ayer, enajenado,
cargando a sus espaldas un enorme hormiguero
de seres afanados e infelices.
Y tener que mirar
de frente tus problemas.
Comprender que eres solo
una más que no importa,
a la que nadie habrá de echar en falta
cuando caiga la tarde.
Pero que, aun así, esperan todos
que seas esa Roca del Milagro,
fuerte e inconmovible,
lo mismo que el acero inoxidable,
y a la vez te muestres
encantadora, tierna y sensitiva.
Me hacen percibir
que debo de afrontar, al descubierto,
sin ninguna anestesia, los embates
feroces de la vida,
sin quebrar en las pérdidas,
ni llorar en los duelos,
sin abatirme ante los fracasos
ni derrumbarme ante las derrotas,
llevando siempre la sonrisa puesta.
Sin que nadie
se haya molestado jamás en preguntarme
si es que puedo.
O si quiero.
Porque no me resulta ya nada divertido
el fatigoso viaje circular,
que sé bien que no lleva
hacia ninguna parte.
Dan ganas de gritar:
! Que pare ya este absurdo carrusel!
que yo quiero bajarme!