Está de nuevo aquí,
con pasos tenues
y aliento turbador, que se condensa
hasta envolverte a modo de sudario,
la bruma se aproxima.
Puedes sentir su tacto algodonoso,
de densidad creciente,
su insidiosa
manera de encerrarte en su capullo
donde el tiempo de nuevo vuelve a ser
dimension sin medida
y en cuyo espacio constrictor no caben
rumor ni claridad.
Tienes que acostumbrarte
a caminar a tientas por un mundo
que está hecho de aristas invisibles,
calibrando su filo
por el modo en que agitan tus entrañas
los diferentes timbres del silencio.
La tentación consiste
en aceptar el respirar la asfixia
como una parte más de tus inercias,
en intentar huir del miedo y la locura,
refugiándose
en los mullidos brazos
del nihilismo y la resignación.
Olvidarse del grito
o del llanto, que existen
para romper corazas, que defienden
la poquedad del pecho.
Y permitir que vuelva a aniquilarnos,
inclemente, la luz.