Nunca ha sido la nieve muy proclive
a decorar de ensueño los paisajes
frugales de mi tierra.
Excepto blancas,
navidades yo creo que he tenido
de todos los colores.
Doradas y violetas,
anaranjadas, de un verde selvático
o de un azul turquesa caribeño,
pero siempre felices
y dulces,
que llegaban como envueltas
en hermosos papeles relucientes,
lo mismo que bombones
donde jamás había
ninguno de café.
Hasta de un rosa intenso
y empeñadas
en ir redecorándome a deshora
con sus luces el cielo en pleno Agosto...
es que el mes poco cuenta
cuando la vida en sí
es ya todo un regalo insuperable
y tantos cascabeles suenan dentro-
También ha habido algunas
-de qué sirve negarlo-
de un azul oscuro, casi negras
que es mucho mejor dejar que cojan polvo
en alguna oquedad de la memoria.
Este año diría
que son de un gris marengo algo anodino
- el traje más idóneo
de un alivio de luto.-
Poco que celebrar...
Exceptuando el insólito milagro
de que, a pesar de andar de infortunio en desdicha,
aún seguimos vivos.
Y con ganas
de volver a vestir de rojo y oro
otras nuevas y mucho más gozosas
futuras navidades.
Y de cantar a coro alegremente
“Oh, Blanca Navidad”,
aunque aquí nunca nieva.
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