Lloran los ángeles,
eso se dice,
cuando las nubes sobre los campos
vierten, calladas, su obsequio líquido.
El aire sabe
sabe el jilguero,
la hierba sabe, qué valor tiene
el gesto mínimo, tan generoso.
En las ciudades, la gente corre
a reguardarse en las marquesinas,
no le echa cuentas a los prodigios
que no se anuncian como Dios manda.
Solo algún hombre, al que llaman loco,
bajo el diluvio
danza feliz
y algún chiquillo juega en los charcos.
El río sabe,
sabe la hormiga,
saben las hojas de los almendros
de qué manera tan silenciosa
los aniquila esta lluvia ácida.
Lloran los ángeles,
no tengo duda,
y es que motivos, tienen de sobra.