sábado, 21 de enero de 2023

Lloran los ángeles

 


Lloran los ángeles,

eso se dice,

cuando las nubes sobre los campos

vierten, calladas, su obsequio líquido.


El aire sabe

sabe el jilguero,

la hierba sabe, qué valor tiene

el gesto mínimo, tan generoso.


En las ciudades, la gente corre

a reguardarse en las marquesinas,

no le echa cuentas a los prodigios

que no se anuncian como Dios manda.


Solo algún hombre, al que llaman loco,

bajo el diluvio

danza feliz

y algún chiquillo juega en los charcos.


El río sabe,

sabe la hormiga,

saben las hojas de los almendros

de qué manera tan silenciosa

los aniquila esta lluvia ácida.


Lloran los ángeles,

no tengo duda,

y es que motivos, tienen de sobra.


Intemperie

¿ Quién pudo imaginar tanta intemperie?


Solo el cielo, esa cúpula

lejana y enigmática,

sobre nuestras cabezas.


¿Quien pudo programar tanta fragilidad?


Solo esta piel desnuda,

tan dispuesta a la herida,

y estas manos sin garras que se aferran

a cualquier clavo ardiendo.


Esa mano

que también se le tiende, mientras tiembla,

buscando de igual modo quien le brinde

un mínimo asidero.


Ese calor humano,

hecho abrazo y guarida

en los que refugiarse, que nos hagan

algo más llevadera la existencia.

 

Los desahuciados


 

Mirar desde lo alto es lo sencillo.


Lo difícil es poner el pie en la tierra

y echar a andar.


Sin mapas.


Como todos.


Y compartir con todos

la zozobra que da la incertidumbre

de no saber las huellas

que conviene seguir.


Guiarte por tu instinto

y confiar en la suerte.


Y mirar hacia el cielo buscando una señal,

acaso alguna estrella

que titile en el mismo momento en que la miras.


Ser uno más entre los desahuciados

de aquel lugar seguro de bienaventuranza,

que a media noche

-y sin dormirse-

sueñan.