¿ Quién pudo imaginar tanta intemperie?
Solo el cielo, esa cúpula
lejana y enigmática,
sobre nuestras cabezas.
¿Quien pudo programar tanta fragilidad?
Solo esta piel desnuda,
tan dispuesta a la herida,
y estas manos sin garras que se aferran
a cualquier clavo ardiendo.
Esa mano
que también se le tiende, mientras tiembla,
buscando de igual modo quien le brinde
un mínimo asidero.
Ese calor humano,
hecho abrazo y guarida
en los que refugiarse, que nos hagan
algo más llevadera la existencia.
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