Yo
siempre he sido una niña buena:
Obediente,
tranquila, respetuosa,
diligente,
sensata,
amable,
servicial...
Según aquel patrón que se supone
que
deben de seguir las niñas buenas.
Esas
que van al cielo después de que han pasado
su
existencia en un limbo
de luz
desangelada.
Que
nunca han conocido la emoción de tener
medio
pie sobre el borde
tentador
de un abismo.
De
seguir tras la estela
de un
cometa de ruta impredecible.
De
atreverse a mirar
a los
hombres que tienen la pupila
fúlgida
y acechante
como si
fuesen gatos de ojos esmeralda.
De
vivir sin más reglas
que
aquellas que te salen del fondo de las tripas
y del
rincón recóndito
en que
anida en silencio
toda
la insensatez del corazón.
Que nunca han degustado
el placer de existir
sin tener que nutrir con su sustancia a otros.
Estoy ya muy cansada de pensar en los otros,
de cuidar de los otros,
de
sufrir con los otros,
de
buscar en los otros
la
propia identidad,
el
reconocimiento
de la
propia valía.
De
sentir que los otros
piensan
que es así como debe de ser,
que tú
no necesitas nada más,
ni un
gesto por su parte,
para
sentirte satisfecha y plena
Hoy sé
que he vivido
la vida
de los otros
Hoy
tengo muchas ganas
de
pensar solo en mí,
de
comerme el pedazo
de
pasión o desdicha que me toque
a
grandes dentelladas.
De
volverme por fin una rebelde,
que no
sabe de normas,
toda
una buena pécora
una
excelente puta,
una
niña malísima...
De esas
que se mueren y que van
de
cabeza al infierno ,
con el
cuerpo gastado,
el alma
hecha girones
y la
alegría intacta.
Sabiendo
que vivir,
aunque
a ratos dolió, valió la pena