Es muy largo el camino.
Y muy cansado.
Pesa
el polvo acumulado
sobre los pies,
que arrastran su desgana
de seguir prodigándose por senderos que existen
porque fueron trazados por la deriva errática
de otros pasos perdidos.
He llegado hasta aquí,
y ya es bastante
haberlo logrado hacerlo casi indemne.
Después de ver las formas tan diversas
con que la vida puede sorprendernos
disfrutar de esta paz ,
este silencio y esta suspensión
total de los sentidos,
no es mucho, pero es más que suficiente,
se diría
que es toda una victoria.
No sé ni dónde estoy,
pero he decidido
que he llegado a mi casa.
Que este espacio baldío y olvidado en los márgenes,
es un lugar tan bueno como otro
para insubordinarse contra la tiranía
de la inercia, que apremia a moverse sin ganas,
porque toca moverse,
sin rumbo y sin destino.
Es tan liberador abandonarse
y dejarse mecer con suavidad
en los brazos mullidos de la abulia...
Ya nada queda hacer, sino esperar la noche
para mirar de nuevo las estrellas
y admirarlas,
sin más,
sin pretender buscar en sus fulgores
los rastros de qué trágico o qué esplendoroso
porvenir nos aguarda.
Acaso sumergirse
en el dulce abandono del espíritu
en algo se asemeje a disfrutar
de una miniversión del paraíso
humana y asequible.
Lo que tenga que ser,
será,
siento por fin
que he encontrado mi sitio.
En mi confort me instalo,
que sea mi futuro
el que venga a buscarme.