Todavía
me duele este dolor.
Aún la ausencia es igual que un clavo ardiendo
que atormenta la carne
del alma,
y le recuerda
lo luminoso que podía ser
el día con tan solo
mirarnos,
sonreír
y ver juntos el modo que un jilguero
sacudía sus plumas,
mientras iba cayendo la lluvia mansamente.
En ese virtual y nebuloso
reducto del pasado,
enrocado con fuerza en la memoria,
es donde debo buscar alguna brizna
de claridad que haga más amable
este presente austero en el que vivo
Ahora que mis días amanecen
casi siempre nublados.