Un buen día, la música del aire
me eligió para ser su pregonera
y yo no me negué, que, aunque quisiera,
jamás podría hacerle ese desaire.
Y el rumor de mi sangre, que sin pausa
imita en su fluidez la tesitura
de la canción del agua, se apresura
también en la defensa de tal causa,
Conque aquí me tenéis, ensimismada,
intentando captar cada suspiro
de una brisa de agosto incandescente.
Engañando otra larga madrugada
solitaria e insomne en mi retiro
de anónima poeta decadente.
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