Respirar
acostumbra,
pero el
aire no es tuyo.
Ni
tampoco esa pizca de fragancia
que te
enerva la sangre
y que
le inspira
a tu
pecho un suspiro.
Solo es
tuyo tu miedo.
Ese que
va a galope por las venas
buscando
callejones
en los
que no penetre ni la luz de la Luna,
donde
olvidar su filo de navaja
y
apostar al olvido.
¿
Habrá algún otro modo
de
desbravar la vida,
de
burlar en furor de sus embates
que no
sea dejándose llevar por su corriente?
Es tan
fuerte su abrazo
que
acabas por ceñírtelo a tu piel
sin
darte cuenta
de que
que está cincelado en tu adeene
serle
fiel hasta el último sollozo
y en el
suyo engañarte.
Nada se
puede hacer,
si no
es adorarla y amarla hasta el final
apasionadamente.
Sin
pensar en que ella
cualquier
día de estos , tal como estaba escrito,
habrá
de abandonarte.
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