La luz de la mañana,tan diáfana y serena,
no es hoy un señuelo suficiente
que anime a despertarse.
Es esta una estación umbral y límite,
de tránsito e incierta,
en la que las palomas, precavidas,
regresan con premura hasta sus nidos
y el corazón,
temblando,
lo mismo que una hoja que tirita en su rama
presiente como un tiempo
descarnado y oscuro.
No se puede vivir
mascando incertidumbre indefinidamente,
adivinando por dónde arribará
el aliento del frío.
Y el instinto te dice
que es mucho mejor cerrar los ojos
y fingir que se duerme
hasta que llegue el sueño a despenarte.
Y si pudiera ser
eternamente.
O al menos, hibernar,
como los osos,
hasta que sobre al aire se insinúen
las tibiezas benéficas que anuncian
que ya pueden abrirse sin cuidado
las flores de satén de los almendros.
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