Siempre quise decir.
Usar la lengua
para tallar con mimo la llaga incandescente,
tan feraz, que me habita
y esculpir la palabra perfecta, que declare,
en verdad, lo que siento.
Duele vaciarse así,
con tanta saña.
Y todavía más lastima el comprobar
que muy pocos escuchan.
Y aún menos entienden.
En la Edad del Estruendo¿ qué oído está dispuesto
a poner atención en sutilezas?
Porque decir
nunca fue para mí solo una opción,
sino algo perentorio,
necesito decir...
Pero comprendo lo poco que me renta
el infectar con mi locuicidad
la pulcritud del aire.
Que ha llegado el momento
en que toca rendirse a lo evidente
y, ante esta epidemia de sordera,
elegir la mudez.
Aunque me ahogue,
con mi propio y avinagrado vómito
de palabras nonatas,
lo mejor es callarme.
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