Puedo
hibernar,
lo
sé,
aclimatarme,
a
la escasez y al hielo,
incluso
en pleno agosto,
si
con ello consigo eludir las tormentas.
Puedo
incitar al frío
a
ser deseo ardiente sobre mi yugular
a
inocularme
en
la sangre el socorro de su álgido veneno,
a
plagarme los días
con
la vicisitud brumal de su derrota
Yo
sabré hacer de ella
solo
una estratagema, la plácida ocasión
en
la que abandonarme a mi ventura.
Allí,
a buen recaudo
debajo
de su manto de escarcha compasiva,
podré
ver como pasan sobre un cielo inclemente
los
rumores infames de un milenio sombrío.
Ya
me despertaré
y
ungiré de desvelo las ansías de mi carne
y
volveré a vibrar si resulta oportuno.
Si es que algún cosquilleo de pólenes alegres
anuncia sobre el aire el tiempo de las lilas.
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