No
sé si me interesa
el
dedicar los pocos minutos de descuento
que
aún pueda quedarme
a
hacer vivisecciones.
Ya
casi no me duele
pero
percibo a ratos una inquietud difusa
cuando
en los pedernales que me llovió la vida
afilo
la palabra.
Sangrar,
no sangro mucho,
es
solo que es molesto notar con qué deleite
escarba
en los adentros
con
impudicia lúdica.
Un
reguero traslúcido
apenas
si delata
que
dentro de ese cuerpo aún hay un espíritu
capaz
de conmoverse hasta la iniquidad
degustando
estertores.
No
ofrecen miel
ni
aplauden
las
mínimas luciérnagas
que
se dejan el alma persiguiendo
el
rastro imperceptible
de
su luz mortecina y me descubren
el
lado más patético,
más
oscuro y más triste de mi noche.
Me
sale más a cuenta
cambiar
mis aficiones , dedicarme
a
ser taxidermista.
Consagrarme
con celo a disecar
a
filo de palabra
y
voz de sal y azogue,
hasta
que ya no hiera,
el
sentimiento.
Son
los ojos,
los
que aún me fallan,
no
consigo que tengan
ese
brillo carente de humedad del vidrio muerto.
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