a mí alcance, en la palma de mi mano,
pero sí imaginaba que atesoraba en ella
las riendas de mi vida,
a pesar de que estaba
sobre su piel escrito con una línea tenue
inexorablemente mi destino.
Quiero creer que todavía sigue
poblada, como antes, de inocencia
esta llanura mansa, por la que desliza
asemejando un río.
He malgastado el tiempo examinando
con atención su curso,
intentando saber qué significan
esos meandros suaves,
si sus bifurcaciones caprichosas,
tienden hacia al amor
o hacia la fortuna .
Hoy, si no tan ingenua,
sí debo ser más sabia,
por fin he de admitir que nada sé...
No he logrado leer en esos trazos
avisos de mis múltiples derrotas
o de mis decepciones,
ni adivinar a qué carta debiera
jugarme mi cariño.
Lo único evidente
es esa eme inmensa que define
nuestro sino fatídico de humanos.
Eme de miedo,
eme de miseria,
eme de muerte,
eme de materia
caduca y deleznable.
También, acaso, eme de milagro.
Porque prodigio es la inclinación
a continuar buscando alguna excusa
que nos haga soñar
redenciones posibles
y aferrarnos
con pasión a la vida.
Negarnos a mirar
la línea que adelgaza,
mientras se va escurriendo sin sentirlo
hacia aquella sangría de los pulsos
donde acaban los sueños.
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