Si solo fuera este color desaborido
con que amanece el día,
podría persuadirme de que es otra más
de las premoniciones del otoño.
No sé de dónde nacen tantos grises.
Debe ser que se gestan,
nutriéndose de amargas soledades,
en el vientre reseco del silencio.
Porque incluso ese canto entrañable del pájaro
- mi pájaro-,
gentil y contumaz
trovero de las gracias de la aurora,
hoy suena con sordina.
Y hasta el rayo de Sol, que se aventura
a colarse en mi alcoba
es en el aire apenas un velado destello
hecho temblor.
Supongo
que hay demasiado polvo acumulado
en todas mis estancias interiores.
Que ha llegado la hora
de limpiar los cristales.
Aunque seguramente mañana lloverá...
O llegará el diluvio
sanador de las lágrimas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario