Sin zozobra, enroscado
como un gato doméstico
en su espacio seguro de confort,
alienado,
dormita.
Un destello fugaz
despierta su interés.
Se despereza,
observa distraído
la opalina hebra que sobre la pared
ha ido devanando
el caracol.
Quizás
valga la pena
dedicarle un instante a las lucubraciones
sobre el significado cabalístico
del fulgor .
Pero avanza
la frontera de sombras
que marcan en las tapias los crepúsculos
y enmudecen las insinuaciones.
Le toca al pensamiento
volver a aletargarse.
Y aceptar que la luz
es una circunstancia que, en su intento
de imponerse como una obligación,
resulta casi incómoda...
Que sumida en un reino de tinieblas
encuentra paz la mente.
.
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