me envuelve a todas horas con sigilo,
como una niebla tenue, que a la vez
ahoga y acaricia.
Lo respiro.
Me impregna.
O quizás sea él
el que se infecta con las emanaciones
a lesa humanidad desamparada
que exhalo.
Por instinto,
como todos los náufragos, rebusco alrededor
astilla a la que asirme.
Tiendo las manos y solo encuentro el aire.
Todavía me queda esta luz vespertina,
tan proclive a los pálpitos.
¿ Quién puede asegurarme
que en la hora más negra de la noche ya próxima
no han de brillar, queriendo ser un faro,
unos ojos repletos de ternura?
Solamente los muertos
entierran la esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario