Va
llegando ese tiempo en que
todo te avisa
que ha
llegado el momento de saber distanciarse.
De
tirar
tantas
cosas-
camisetas,
pañuelos,
muebles,
cuadros, enseres-
cachivaches
y trastos
que
llenaron tu mundo,
y lo
hicieron pequeño.
De
olvidar los conceptos que fueron incrustándose
en tu
ser poco a poco-
filias,
fobias, prejuicios
orgullo,
conveniencia,
confort,
egocentrismo-
que
estrecharon su cerco, reduciendo tu espacio
a ese
capullo aséptico, donde existir se vuelve
mezquindad
invivible.
Toca
redecorarlo, recobrando la exacta
definición
de todos esos nombres
que,
por
manoseados,
perdieron
sus esencias,
Pasión
y
Compasión,
Compromiso
y Entrega,
Amor,
Verdad, Justicia,
Libertad...
Utopía.
Hay que
abrazar su fe,
creyendo
ciegamente en todas ellas,
para
poder hacerse sin temor
las
antiguas preguntas silenciadas
que
todos conocemos.
¿Qué
pesará en tu pecho cuando llegue
la hora
del adiós definitivo?
¿ Qué
imagen pedirías que evocase
la
dicha y el consuelo ante el vacío
que
asoma en tu mirada?
Acaso
la del día en que hubo alguien
que
prefirió mirar antes tus ojos
que
todas la estrellas de la noche.
De que tu vista vuelva hacia lo alto
con la
mente impoluta e intuitiva de un niño
y el
espíritu en calma.
Y
entregarse confiado
al
nirvana gozoso de sumirse en lo incierto,
donde
todo es posible,