Ser el árbol caído
del que nadie hace leña
y se pudre en el barro,
sin más duelo
ni más pena ni gloria
su corteza.
Al tiempo que su pulpa
recobra poco a poco la memoria
de su ser mineral,
esa materia
final e inalterable,
encadenada al rito universal
de la eterna mudanza.
Cómo se regocija cuando nota,
cómo la vida pide con pujanza
urgentemente paso
y ahora sirve
-qué privilegio mínimo-
de alimento a las setas.
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