Y
yo también le canto a la flor.
Aun
sin quererlo,
compulsivamente,
lo
mismo que le canta el ruiseñor:
a veces inspirándose en su dicha,
otras,
las más,
afina los arpegios de su arpa
con hábil maestría el desamor.
Incluso,
en ocasiones,
es
cantar por cantar.
¿Y quién
nos dice
que dejarse embaucar por la aureola
discreta y entrañable que nimba lo sencillo
discreta y entrañable que nimba lo sencillo
no lleva a rutilar ?
Se trata únicamente
de entregarse al placer del abandono
y entrar en resonancia,
con la música que suena alrededor:
el
diálogo del sauce con la brisa,
el
ritmo anaranjado de la tarde,
el suspiro oloroso
con que el pinar se funde con la noche,
la
sinfonía espléndida del mar.
O aún mucho mejor,
dejar en
libertad ,ancho es el aire,
al corazón ,rapsoda empedernido,
de dejarse fluir...
E improvisar.
E improvisar.
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