Y de
pronto olvidé
cuál era la razón de mi congoja,
cuál
era el fundamento de mi urgencia
y por
qué estaba allí,atropellándome
la vida
sin piedad.
Solo
podía
contemplar
cómo iban hilando florituras
las
palabras en torno a lo inefable
hasta
volverlo casi inteligible,
capaz
de subyugar hasta que entregue
el
cuerpo más que al alma algún suspiro.
Y digno
de que existan
los
días sin rutinas ni zozobras
en los
que cada instante huela a estreno.
Podéis
llamarlo alzheimer,
delirio
o chaladura,
si es
que os place.
Yo lo
llamo milagro.
Ilusión,
lucidez
reconquistada...
Y
bendita virtud de resiliencia.
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