Los
tuvimos ahí, ante nosotros,
pero no
los supimos enfocar con cuidado.
Con su
luz cegadora
nos
deslumbra el presente,
nos
abduce con fuerza y nos aliena .
Absortos
como estamos
en
solventar las cosas más urgentes
¿ A
quién le queda tiempo de pararse
a
contemplar los mínimos fulgores
con los
que lo esencial que se nos desvela ?
Tantos
destellos,
flashes,
luminosos
recados de la dicha asequible
como
envía la vida
que
quedan enredados como motas de polvo
sobre la telaraña que entretejen
las
horas con ahínco y jamás impresionan
la
piel ni la retina,
ni
provocan
en el
alma un temblor.
Los
jazmines que inciensan
con
perfumes balsámicos las liturgias del alba,
la
canción que celebra que amanece otro día
las
caricia templada con que te despereza
algún
rayo de Sol.
Las
sorpresas que aguardan
tras de
cualquier esquina:
el
saludo afectuoso,
la risa
compartida, la mano que se tiende,
las
palabras amables,
el
leve gesto de complicidad .
El
silencio insinuante
cuajado
de turgencias que florece en la noche,
la
laxitud del cuerpo
en que
te reconoces nuevamente
un
animal cansado que se rinde
y se
siente mecido otra vez por los brazos
de su
madre la tierra
y se
entrega al descanso con el dulce abandono
de un
ser elemental.
De los
momentos más interesantes
nunca
suelen quedar fotografías.
Solo su
ausencia queda grabada en la memoria
como
una veladura capaz de acongojarnos
con
su blanco vacío descorazonador.
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