Yo poco
sé de perros ni de rabias
Y
todavía menos de rumores
de
aquellos que acongojan
sin
tregua los oídos solitarios
ladrando
en las esquinas del silencio
el
recuerdo de tiempos más felices.
Mi
nombre es soledad ,
macero
carne muda
y
supuro aguasal desde que existo.
Si
tuviera en las manos
los
ungüentos más caros del oriente,
si
pudiera
derramar
su virtud sobre la noche
que se
ceba en tus días
y así
hacerte la vida que te abruma ,
no
digo más feliz,
más
soportable...
Si
alcanzara a poblarte la derrota
de
palomas torcaces desangradas
a base
de entregarte en aleteo
mis
últimos latidos.
Si
supiese
lo que
las hembras por instinto saben
ahogar
entre suspiros las angustias
más
feroces de un hombre
a base
de exhalar concupiscencia.
Pero
apenas salitre
le
queda a mi tasajo con que darle
su
salario al barquero ,
su
placer al gusano,
su
desagravio al cuervo que a graznidos
pregone,
plañidero, mi elegía.
La
cáustica y debida
satisfacción
que espera aquella llaga
que
certifica que no es piedra inerte
lo que
siente dolor.
Este
dolor de ahora que me nace
al
sentirme impotencia.
Si
pudiera...
Pero es
que yo no soy de espuma o raso,
de
perfumes ni de pétalos de almendro
de
arroyos de aguamiel ni mandarinas
de
auroras ni arrebol...
Ya lo
he dicho, supuro
gota a
gota aguasal desde que existo
como
una maldición que me serena.
Solo
puedo,
por si
es que te consuela , acomodarme
sobre
mi pecho todas las miserias
del
tuyo devastado.
Y
luego, mansamente,
sentir
tus penas y llorar contigo.
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