El
aliento de Enero
ha
inundado el ambiente y ha barrido
toda
insinuación a entrañable refugio
y
a calidez de hogar
que
quedase en la casa.
Un alma acostumbrada a ir coleccionando
bajo
las más diversas intemperies
soledades
y ausencias,
no
debiera turbarse por tan poco.
No puedo, sin embargo,
evitar
que me embargue un estremecimiento.
Pero no es el frio
que
se cuela por todas las rendijas
que
han ido apareciendo en mi armadura
lo
que me desencaja y me hiela por dentro.
Es la premonición perturbadora
de
que en cualquier momento sobre mi carne viva
comenzará
el presente a renunciar
a
exacerbar lo álgido.
Y el tiempo a deslizarse hacia los márgenes
de
la melancolía .
A irnos recubriendo
con
un impereptible un sudario de cenizas
hasta
que nos sepulte
definitivamente en el olvido.
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