domingo, 29 de julio de 2018

Extrañamiento


Apenas reconozco
el rostro que se quiebra detrás de los espejos,
si no es en algún brillo
de ese mirar cansino y desvaído que anima la mirada
de animal desnortado.

Me es desconocido el eco que devuelven
los vacíos salones interiores.

Los objetos inertes se me antojan
fantasmas condensados
en la frágil memoria del tiempo que se esfuma,
evaporado y tenue.

Hecha a todos los quiebros,
tan sólo me resultan familiares
los ángulos cortantes de todas las esquinas,
el miedo oscuro de todos los rincones
en los que me he perdido
y la dureza
de tantas piedras, tantas,
con las que he tropezado por todos los senderos.

Extrañarse
es el peaje que paga el peregrino
por vivir,
y yo , últimamente
de mí, y de mi querencia, ya me voy siendo ajena.

Quizás cuando me muera regrese por mi pasos
a buscar mis esencias y mis gestos
allí donde quedaron cubiertos de una pátina
de olvido y de desidia.

Y tras cualquier recodo
de la tierra de nadie un día por sorpresa
tropiece con las huellas de mis lágrimas
y ya no me serán desconocidas




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