Qué
sería de mí sin esta fantasía
de que
puedo salvarme, usando el artificio
de
engarzar las palabras, en un raro ejercicio
mitad
malabarismo, mitad hechicería.
Comprendes
que hace falta tener mucha osadía,
un ego
desbordado y muy escaso juicio
para
creer que puedes poner a tu servicio
a las
musas que saben de acento y armonía.
Pero
bien poco importa hacer el sacrificio
de
abrazar como fe lo etéreo y lo ficticio
para
escapar al cepo de la monotonía.
Milagro
es que no acabe en mayor estropicio
que el
de encadenarme por vida al santo oficio
luminoso
y absurdo que es la poesía.
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