Ojalá yo pudiese decorarte la vida
con el color preciso para hacerla feliz
-el rosa, por ejemplo - y evitarte el desliz
que la apartase en algo de tu senda elegida.
Estaría dispuesta, para hallar el barniz
que la hiciese radiante, buscarlo en cada herida
que me ha obsequiado el tiempo y ha sido concebida
para irme mostrando de la dicha el matiz.
Porque con la experiencia de los años se llega
a relativizar las garras del dolor
si, con morder tu carne, en otro las repliega.
A falta de termómetro que aquilate el fervor,
sin duda constituye la ilimitada entrega
la única y exacta medida del amor.
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