Sin ninguna tristeza la confieso,
yo también
fui de aquellas ilusas imprudentes,
que contra tempestades y mareas
se empeñó en creer .
Antes que nada tuve
fe ciega en el amor
y, tal cómo tocaba,
el día que sentí en el estómago
un revolotear de mariposas.
me dejé arrebatar por su extravío,
No hay nadie que ignore
que sus alas no aguantan la aspereza
de la realidad
y su vida es efímera.
Ahora lo que toca es resignarse a ser
la manzana madura
en cuya pulpa acude a hacer su nido
el gusano tenaz del desencanto,
atareado en irme carcomiendo
despacio el corazón.
Y continuar creyendo que los círculos tienen
vocación por cerrarse.
Que llegará esa hora
en que exhausta se abra mi carne macilenta
y de su vientre consumido surja
la pequeña alevilla.
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