Ya pasó
el tiempo del relámpago
y su cortejo de revelaciones.
Hoy, que sé lo que duele
la lucidez,
procuro
interponer los párpados
y aplicar la razón,
no quedar atrapada en la perplejidad
de los deslumbramientos,
esa adicción extraña
que acaba por volvernos seres mucho más tristes,
sumidos más y más en las tinieblas.
Los truenos,
si los hay,
no llegan hasta aquí,
alguna regalía tenía que tener
padecer de sordera.
Es esta calma sólida ,
envuelta de un silencio artificioso
que no consigue ahogar ciertos presagios,
lo que me desconcierta.
Están ahí,
lo sé,
están ahí,
gestándose
bajo la superficie de estas horas
falsamente domésticas.
Como los tiburones,
sensitivos
al olor de los miedos
y acechantes
de los mínimos gestos de los náufragos,
nos siguen las tormentas.
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