Diremos
que ya estamos de vuelta,
que ha sido sumamente placentero
pasear por un valle que hechizaba
un olor de azahares.
Que fue muy dulce el fruto
de todos sus naranjos.
Que ha valido la pena
andar tan extraviados entre sus laberintos,
gastar tantos zapatos.
Callaremos
los guijarros que en ellos se metían,
cómo eran de agudas
las púas de los cardos.
Qué pródiga cosecha
de espinos florecientes,
regados a placer por nuestras lágrimas,
fuimos dejando tras de nuestros pasos.
Diremos que de un modo
oportuno y discreto
una pátina leve deposita el olvido
sobre nuestra memoria
y apenas si logramos distinguir
los retratos reales, muy vividos,
de paisajes pintados.
Diremos
que hoy el cielo es azul,
que abril regresa
a dibujar postales de esperanza
a nuestro alrededor,
que bullen, deseosas
de inspirarnos poemas de amor incandescente,
las musas del Parnaso...
Que todo es un augurio
de un tiempo de sosiego, sin aristas ni sangre.
Incluso ese temblor,
delicuescencia agónica,
de las pálidas luces que a lo lejos vislumbran
tus ojos al ocaso.
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