Levantar
desde el juicio desquiciado
el quicio de los sueños,
decorarlo con todos los delirios
más frescos del deseo
y dejar que el embrujo de la Luna
y el olor a jazmín
hagan el resto...
Qué plácida
puede llegar a ser ser la medianoche
cuando el cuerpo se entrega sin recato
a la suave liturgia del desvelo.
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