Tan pegada a la prosa, tan pegada
a la realidad sin paliativo
de la arcilla y su ruina programada
que impregna la sustancia de lo vivo.
Tanto cinismo anclado en la mirada,
que no logra encontrar ningún motivo
para seguir vagando hacia la nada
derrochando su brillo sensitivo.
Y a la vez, cuánto empeño en inmolarse
en el altar de la palabra ardiente
por si en su esencia alcanza a sublimarse.
Segura de que puede la ceniza
eludir su destino intrascendente
cuando el verbo la avienta y la eterniza.
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