Ya no escucho a mi cuerpo, en su creciente
letanía de quejas, lo desvisto
de materialidad, pues me resisto
a aplaudir su deriva decadente.
Una vez que he aceptado que, si existo,
algo me ha de doler, soy consecuente,
me tomo el respirar como un presente
y si me quema el aire, ni rechisto...
Convertir en virtud cualquier flaqueza,
es lo que dicta la naturaleza
resiliente y vital de mi talante.
Que componga a latidos cada día
una oda entusiasta a la alegría
mientras el viejo corazón me aguante.
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